La mujer de la Edad Media soportó las consecuencias de una
época caracterizada por la austeridad, las frecuentes guerras y las grandes
epidemias.
El cuidado de la belleza resurge, sin embargo, en los siglos
XI al XIII al organizarse en Occidente las Cruzadas para recuperar los llamados
“Santos Lugares”, entonces en manos de los musulmanes.
Estas guerras originaron contactos e intercambios con otras
culturas y consecuentemente se introdujeron nuevas técnicas sobre afeites y cosmética
que suplieron las ya existentes en Europa. La nobleza, en este periodo, se
recluye en sus castillos. Son los vendedores ambulantes de bálsamos, artículos
de tocador y hierbas medicinales, que van de castillo en castillo vendiendo sus
productos, quienes conservarán y renovarán los secretos de la cosmética. Éstos
se guardan en la “muñeca para adornarse”, nombre que se le daba al tocador. El
tocador medieval era un hermoso y complicado mueble, lleno de cajones y espejos
que, al estar cerrados, daban al tocador la apariencia de un escritorio.
Durante los primeros siglos de la Edad Media los nobles no
descuidaban la higiene personal. En las ciudades, los baños públicos eran
visitados con frecuencia por éstos, mientras que en los castillos las damas se
bañaban en agua fría perfumada con hierbas aromáticas.
Pero a medida que la Edad Media avanzaba, estas costumbres
se van olvidando. Los perfumes de fuerte olor sustituirán poco a poco a la más
mínima higiene corporal.
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