A la Edad Media le sucede el Renacimiento, época en la que
los valores estéticos toman un nuevo impulso, olvidados desde Grecia y Roma.
La sensibilidad por el arte, la filosofía y la cultura en
general, adquieren en el Renacimiento una importancia clave. Es el momento del
florecimiento del hombre como “hombre-total”, sin especializaciones.
La estética, en todos los campos creativos, llega a cotas refinadísimas.
La belleza lo abarcará todo y por tanto la estética femenina formará también
parte de esta armonía que envuelve la vida de la Italia renacentista.
Este país se convertirá en el centro europeo de la
elegancia. Las nuevas propuestas de la moda, la belleza y la estética salen de
Italia para influir en las cortes de Europa.
En el siglo XVI los monjes de Santa María Novella, en
Florencia, crean el primer gran laboratorio de productos cosméticos y
medicinales.
El ideal de belleza de las mujeres nobles italianas
consistía en tener un cuerpo de formas muy curvadas, la frente alta y
despejada, sin apenas cejas y la piel blanquecina.
Tener el pelo rubio era sinónimo de buen gusto y para
conseguirlo mezclaban los extractos más inverosímiles.
Los primeros tratados de belleza y cosmética aparecieron en
Francia e Italia durante estos siglos. En 1573, en París, sale el libro “Instrucciones
para las damas jóvenes” y en Italia el libro de Catalina de Sforza “Experimentos”.
En este libro encontramos toda clase de recetas de cosmética y perfumería,
escritos sobre maquillaje, para corregir defectos del cuerpo e incluso reconciliar
matrimonios.
En el siglo XVI Catalina de Médicis, interesada por todo lo
referente a la estética, dedicó gran parte de su tiempo al estudio de ungüentos
y combinaciones de cremas. Más tarde, al convertirse en reina de Francia, llevó
consigo a los mejores especialistas en perfumes de Florencia, quienes se
impusieron en el arte de la perfumería.
Fue precisamente una de sus más íntimas amigas quien instaló
en París el primer Instituto de Belleza. A pesar de los cambios producidos,
todavía la higiene personal dejaba mucho que desear. Las memorias personales de
los nobles de la época relatan cómo a la reina Margarita de Valois le resultaba
dificilísimo peinarse por lo enredado que tenía el cabello a falta de hacerlo
más a menudo; o cómo se lavaba las manos una vez por semana.
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